3.21.2007

La casa

Acabo de pasar bajo la casa.
Desde hace un par de meses ya me atrevo
a mirar a la ventana donde un día
tuvimos abrazos desnudos,
cigarros compartidos
y tácitas promesas en el aire, que decían
que allí donde tú estuvieras, estarían por venir,
por andar o desandar,
por hacer todas las cosas.

Y es también desde hace un par de meses
que veo las luces apagadas, las cortinas
siempre igual, tras los párpados a medio echar de las persianas.
Yo vuelvo la cabeza
sigo mi camino y me pregunto dónde estarás,
dónde te metes, dónde duermes
cuando no duermes en tu cama,
dónde te has marchado y con quién para olvidarme,
para dejar viuda la casa que nos viera crecer juntos,
que juntos planeamos,
aquella que pintamos de voces y de besos esas tardes
en que el mundo, que seguía tan vasto y tan ajeno,
era pequeño y nuestro sin embargo.

Hoy, al volver la cabeza y seguir mi camino
me dio pena ver la casa tan a oscuras.
Me dio pena acordarme de los libros que nos acompañaban
callados desde las estanterías, me dio pena
recordar aquella especie de poesías que de madrugada
te dejaba al marcharme en la mesilla
por no atreverme ni siquiera a despertarte.
Parece que fue ayer cuando dormías
como la arena imposible de una playa, bajo un mar de sábanas azules,
o como esa niña
tranquila y boquiabierta que aún no entiende
que si bien mañana es pronto todavía, llegará sin duda un día
en el que haya por fin que despertarse.

Yo te miraba
fumando un cigarrito en el alféizar
con Madrid ronroneando al otro lado,
y pensaba dónde miraría
cuando no pudiera velar tan a tu orilla,
cuando tu ceguera dejara ya de ser excusa
y alcanzaras a ver que bajo el matiz que sólo tú me dabas
no había más
que otro vulgar gris como cualquiera.

Ahora ya sé que cada día voy
con esta locura
a pasar por tu ventana y dejarte
este poema en la mesilla.
Qué pena que al final nunca me atreva,
y no es ya por no encontrarte
sino por ver siempre nuestra casa
tan sola y tan a oscuras.

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