12.18.2007

La posibilidad de una isla


- No he venido a Córcega para sentarme en una curva, yo quiero vivir.


- Yo diría que ver pasar los coches ya es vivir un poco.


Michel Houllebecq, La posibilidad de una isla




Llevo tanto metido en esta jaula,
que me he acostumbrado a no ver los barrotes.
Les he colgado trampantojos con cielos diferentes,
he pintado en las paredes
la posibilidad de una isla
y he reducido el mundo a cuatro calles
con noches tempranas y bocas de metro.

Tanto tiempo escondido,
siendo Hyde las horas muertas,
casi todas,
pensando en el olvido de forma más amplia
como si no fuera solamente
una solución provisional.

Pero lo malo del olvido es que uno
deja de recordar hasta su nombre,
no son ya sus dedos los que tocan, y deja
las reivindicaciones y los gritos
para los momentos privados y para los papeles.

Hay un día, uno primero,
en el que se prueba a cerrar los ojos,
volviendo de la oficina por la tarde;
luego se coge una querencia
un hábito a soñar como costumbre
y se empieza a hollar la tierra sin pisarla.

Y así, soñando tanto tiempo,
todo adquiere perspectiva de quimera.
Más aún, cuando en mitad del absurdo
alzas una mano
y rozas una piel
con tus dedos de siempre...
es en ese instante cuando puedes empezar
a nadar hacia la orilla y superar,
al calor tibio de la arena y de la carne
el umbral del sueño y la entelequia.

De momento, sin embargo,
no voy a nadar,
ni a despertarme,
me voy a quedar haciendo el muerto al solecito
en donde se me pueda ver desde la orilla.
El tiempo pasará no sé en que playa
hasta que un día quiera despertarme y quizá
encuentre tu cuerpo
naufragado junto al mío y no haga falta
que siga pintando en las paredes
la posibilidad de una isla.